El rol del arquitecto o de la arquitectura se ha convertido más en símbolo de poder, que de ideología o identidad. Hemos convertido el quehacer profesional en un premio que se gana en un concurso. Esto, al principio se vislumbra como un planteamiento políticamente correcto, pero concluye con resultados ambiguos.
Pareciera que impresionar es lo más importante, aun conociendo el estado actual del mundo. Yo me pregunto: ¿Dónde queda la expresión y el contenido?, ¿Acaso sólo el contenedor es suficiente para resolver un problema?
El rol para el 2030
El rol para el 2030 tiene que ser diferente. Debe existir una labor colaborativa y multidisciplinaria donde la competencia equitativa forme objetos construidos que reflejen a la sociedad. Es decir, la arquitectura, más que un premio, debe regresar a la esencia del entorno donde se está desarrollando.
Devolver a la gente su ciudad por medio de un diseño participativo es primordial. Por ello debe dejarse de lado el ego del arquitecto, quien otorga sus servicios exclusivamente a aquellos que pueden adquirirlos. Lo que refleja el alto índice de autoconstrucción en las ciudades de quienes no tuvieron voz ni voto, y menos poder.
La misión del arquitecto
Tenemos diez años para transformar el rol del profesional y que ganar dinero no sea sinónimo de éxito. La economía jugará un papel benéfico para las personas y el medio ambiente, pues esto no es una tendencia, sino una necesidad. Cambiar el concepto de un negocio capitalista por uno verde, será volver a la misión primaria de la arquitectura: la supervivencia.
Esta realidad será diferente en el momento que cuestionemos ¿Hasta qué punto el valor del dinero es mayor que el de la propia vida? Este mundo está condenado hasta no saber la respuesta.
Para saber más:
Licenciatura en Arquitectura, Universidad Intercontinental.