El culto a los muertos como símbolo de vitalidad sociocultural y religiosa

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El culto a los muertos es una característica universal humana, lo cual es incuestionable y resulta tautológico; sin embargo, los matices en esas formas culturalmente diversas de concebir a la muerte y al muerto son, también, incuestionablemente diferentes.

Lo terrorífico de los muertos

En Europa y África el culto a los muertos enfatiza “cumplirle” al difunto en un esfuerzo porque se aleje y no vuelva.

A la idea de un muerto presente no se le concibe como una bendición o motivo de alegría; de hecho, lo terrorífico de los muertos es llegar a tener algún tipo de contacto posmortemcon ellos.

En ese contexto, el culto y los rituales al muerto es decirle: “Vete”, “¡Aléjate de nosotros!”, “Ya no perteneces a este lugar”. Halloween,por ejemplo, opera bajo esa lógica: el muerto es cosa de miedo, espanto, susto; es mejor que esté lejos (tal vez no olvidado, pero que no rebase su frontera hacia acá).

En África el culto a los muertos se asocia con una obligación que, de no cumplirse, el muerto se cobraría “a lo chino” con los vivos. Es algo parecido a un soborno que garantiza la distancia y la ausencia.

Sin embargo, en la América indígena las cosas son distintas. El culto, los rituales, las oraciones y las ofrendas invitan al muerto a que regrese en una fecha específica, para convivir, sin miedo alguno de su presencia espiritual.

Incluso después de la muerte, las redes sociales se conservan, así como la adscripción social, a la familia, a los parentescos y a las amistades.

Binomio vida-muerte

Aquí lo importante es la concepción de la muerte en su indisociable binomio vida-muerte. No se trata de un culto a la muerte como personificación del acontecimiento último, sino de un culto a los muertos como ancestros o antepasados y el reflejo de sus posibilidades de acción social en el a posteriori de la muerte.

Implica siempre una cierta ubicación de la propia muerte, pero se significa, ante todo, frente al desprendimiento de los seres queridos y aquello que se hará ahora bajo el estatus de muertos, así como de los deberes o normas que determinarán el tipo de relación que se establece entre vivos y muertos.

Es una concepción de la vida y la muerte que no está atravesada por una barrera impenetrable entre el más allá y el más acá. Es una trascendencia a la que llega el difunto, pero nunca como para divorciarse de la inmanencia de este mundo en el aquí y el ahora.

Se trata de otra cosmovisión, donde las realidades de éste y el otro mundo parecen resumirse en este único mundo con potencialidades diferentes (las almas pueden cosas que los vivos no).

Definitivamente, es una concepción del cosmos donde los ámbitos de lo divino, la naturaleza y los humanos —vivos y muertos— interactúan en un constante intercambio de bienes y relaciones, a imagen y semejanza de las redes de solidaridad y organización social que viven estos grupos culturales.

Se entiende, entonces, que el muerto no está separado de su comunidad y que aún participa e interactúa con los vivos en una relación de reciprocidad, equivalente a la que se mantiene entre los vivos.

La reciprocidad de los vivos con los muertos

Los vivos tienen la obligación de proporcionar alimento a los muertos por medio de ofrendas, las cuales son de una exuberancia notable; especialmente, en Día de Muertos y en las celebraciones en torno al muerto.

El muerto sólo consume los aromas porque ya es alma, los cuales le duran para todo el año; los vivos, a su vez, participan del convite al consumir la comida que ya comieron sus muertos.

Cabe recordar que las almas, al ser algo etéreo, sólo consumen aromas y esencias; por ello, es imprescindible que los alimentos se preparen con mucho condimento, como chile, hierbas de olor, epazote, laurel, piloncillo, canela, café, vainilla, entre otros.

De igual forma, el camino de regreso del más allá hacia la casa en el más acá se marca con flores muy aromáticas, como el cempoalxóchitl y el pericón.

Cosmología

Mantener esta cosmología de la que ya hemos hablado, realizar las actividades rituales y ordenar las relaciones humanas de manera consistente con ella reproduce el grupo cultural indígena a través de la historia.

De acuerdo con esta visión del mundo, cada persona recibe constantemente los beneficios del trabajo de otros y comparte con otros los beneficios de su propio trabajo.

Desde esta lógica cultural tenemos que entender que, cuando hablamos de esos “otros”, nos referimos a los vecinos del pueblo, vivos y muertos.

El trabajo conjunto entre vivos y muertos crea un fuerte vínculo entre los habitantes de una comunidad y fortalece los lazos sociales. Así se asegura la continuidad de la cultura. La práctica ritual asegura que “no se rompa el cordón” y que las cosas sean hechas como deben de ser, como dicta el costumbre.

Esta práctica ritual con toda la organización social implícita en ella posibilita la reproducción de su cultura, fortaleciendo los lazos identitarios y las redes de solidaridad en medio del pueblo.

Cabe señalar que las prácticas rituales y las representaciones sociales en derredor de la muerte sirven para afrontar la separación física. Es una necesidad psicológica innegable. En ese sentido, el novenario y el aniversario, por ejemplo, son maneras de dosificar la partida; es despedir al muerto poco a poco, desapegarse paulatinamente.

Dado que la muerte es un acontecimiento desconcertante, definitivo, doloroso, confuso y conflictivo, psicológicamente, morir, implica un proceso para recuperar la ordinariedad de los vivos; por ello, son tan valiosos los rituales, pues ayudan a reconstruir la realidad sin el muerto: asumir la ausencia reconstruyendo la presencia.

Sin duda, la muerte es un proceso social. La muerte individual involucra a todo el colectivo y le provoca existencialmente a asumir la partida del muerto, en necesaria confrontación con la propia muerte. Así, las artesanías festivas de día de muertos son espejos fieles de los anhelos y esperanzas de esta vida reflejadas en la otra vida, allende las fronteras del misterio.

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