A menudo pensamos que para poder desenvolvernos bien en el mundo de la interpretación lo primero que tenemos que hacer es estudiar la mayor cantidad de idiomas posibles, incluso en nuestros pininos soñamos con volvernos políglotas. Sin embargo, apenas tomamos la primera clase de interpretación y nos avientan al ruedo, quedamos a merced de un milagro para siquiera poder recordar palabras en nuestro propio idioma. Las primeras clases de interpretación a menudo se sienten como si nos aventaran a la alberca para que aprendamos a nadar sin decir “al agua va” (tal cual).
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La interpretación
En los inicios de la interpretación, resultaba casi imposible para las primeras generaciones transmitir su conocimiento dada la falta de entendimiento sobre los procesos mentales, que se llevan a cabo en esta labor. Fue en el siglo XX que la investigación floreció y gracias a las bases sentadas por intérpretes como Moses-Mercer, Seleskovitch y Gile pudimos ir desglosando nuestra actividad echando mano de ciencias como la psicología.
Modelos de interpretación
Con base en los modelos de interpretación y propuestas como la teoría interpretativa de la traducción, hemos descubierto que aprender una lengua B, C o D es acaso un primer y muy evidente paso que hemos de tomar en la carrera hacia el perfeccionamiento. O como decía en 1973 Marianne Lederer: la langue n’apporte que le début du savoir “el lenguaje sólo trae el comienzo del conocimiento”. En esa carrera, a campo traviesa, hay dos grandes “subhabilidades” olvidadas que debemos poner en primer plano tanto a nivel individual para mejorar nuestra práctica como a nivel académico para llevar de la mano a los intérpretes noveles. A saber:
La alta capacidad de concentración
Es sencillo: ¿Podemos permitirnos en tanto que mediadores lingüísticos perder de vista la más mínima fracción de un mensaje?, ¿cuáles son los riesgos de que eso suceda si nos encontramos interpretando en un juicio oral o en una consulta médica? Además, ¿podemos reformular aquello que no entendimos desde un principio?
Estas preguntas plantean un par de motivos muy específicos por los que como intérpretes debemos trabajar en nuestra concentración antes, durante y después de nuestra formación. Los segmentos de 30 minutos que se toman como unidad de medida en la simultánea son un buen parámetro, por no mencionar las jornadas laborales de ocho horas. Hoy por hoy, ya no sólo como consecuencia del desborde de tecnologías que poco demandan nuestra atención, sino por una pandemia que ha llevado nuestra salud mental al límite, se vuelve más relevante poner en práctica esta subhabilidad. Algo tan sencillo como poner atención plena a una película sin agarrar el celular a los 10 minutos, puede volverse una batalla contra la naturaleza cuando hay demonios a nuestro alrededor que luchan por llevarnos al vacío mental.
La empatía
Si en este momento preguntara a un ciudadano de a pie qué es la empatía, muy probablemente respondería con la famosa definición que aprendimos de los libros de texto: “La capacidad de ponerse en los zapatos del otro”.
No obstante, poco nos dicen esos libros del hecho de que el concepto de empatía está relacionado con la psicología. Desde el punto de vista de dicha ciencia, la empatía se entiende como “la conciencia de los sentimientos, necesidades y problemas de las demás personas”.[1] Hasta aquí no hay nada nuevo, es muy similar a lo ya visto en la escuela, pero también está el otro lado de la moneda, ya que se le considera también como la capacidad para expresar al otro que se le ha comprendido, es decir, de reaccionar a lo escuchado. Para desarrollar la empatía, entonces, debemos practicar la escucha activa, o sea, una escucha que se diferencia de la actividad automática de oír y dejar que la información se vaya como llegó; sin reaccionar física ni cognitivamente a la misma.
Una consecuencia importante de la falta de empatía que está directamente relacionada con la labor de interpretación es el hecho de que, ojo aquí, “las personas con un bajo nivel de empatía ‘toman literalmente’ aquello que se les dice y tienen dificultad para interpretar los gestos, los tonos de voz, la mímica, las actitudes y también los múltiples significados del silencio”.[2] Queda así de relieve el papel que tiene la empatía en nuestra labor, en la medida en la que esta última se base en todo lo que se dice y lo que no se dice, en lo explícito y lo implícito, en el lenguaje verbal y el no verbal.
La interpretación, un proceso de formación que no termina
Creo así, colegas, lectores y lectoras, que conocer estas subhabilidades de antemano ayudará, en primer lugar, a que quienes se encuentran empezando su formación la aborden desde una perspectiva que vaya más allá de la lingüística y evitar, así, frustraciones a largo plazo. Por otro lado, quienes ya nos dedicamos de tiempo completo a esta bella profesión no debemos olvidar todo lo que hay detrás de ese proceso que hoy por hoy parece automático para poder seguirlo perfeccionando y dándolo a conocer de forma que le ganemos el reconocimiento que merece.
Para saber más:
Licenciatura en Comunicación Digital, Licenciatura en Traducción, localización e interpretación,